La prostituta es el prototipo de mujer estigmatizada. Se la nombra y a la vez se la deshonra con el apelativo “puta”.
Ahora bien, la palabra no hace referencia únicamente a las prostitutas, es una etiqueta que puede ser aplicada a cualquier mujer.
El significado adjetival de puta es incasta, e incasta se define como:
“dada a las relaciones sexuales ilegales o inmorales; falta de pureza, virginidad, decencia, moderación e ingenuidad; mancillada” (es decir, manchada, corrompida). Llegamos al punto de que cualquier mujer (y no hombre) puede ser estigmatizada social y culturalmente como puta cuando sus comportamientos sexuales o sociales no se adecuan a los patrones de lo social- culturalmente correcto.
Estos patrones de comportamientos dentro de la decencia, vienen marcados, en el mundo occidental, por el cristianismo.
Mujeres negras o de otras étnias distinta a la blanca, mujeres de clase trabajadora, mujeres divorciadas, mujeres gordas, mujeres maltratadas, mujeres violadas o agredidas son más vulnerables al estigma de puta que las mujeres blancas, de clase media, delgadas y otras supuestamente no echadas a perder.
Independientemente de su actividad o historia sexual, a tales mujeres marcadas se les supone mayor grado de experiencia sexual y una disponibilidad sexual mayor.
La amenaza del estigma de puta actúa como el látigo que mantiene a la humanidad femenina en un estado de subordinación pura.
De esta manera no debemos avergonzarnos del estigma que nos impone un sistema de poderes que rechazamos, que luchamos por destruir y que ni tan siquiera reconocemos; porque en definitiva,
TODAS SOMOS PUTAS.
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